Comparto algunos comentarios sobre la situación política actual a partir de los resultados de la primera vuelta electoral del 10 de abril pasado. Quedan sobre la mesa para la discusión y para la acción.
El vacío de representación dejado por el nacionalismo
Algo que se sintió claramente en esta primera vuelta, es el vacío de representación que dejó el viraje de Ollanta Humala. Desde el 2006 hasta el 2011, el nacionalismo fue la fuerza política que expresó el sentir de un amplio sector de la población que sufre las consecuencias negativas del régimen económico-político construido durante el gobierno de Alberto Fujimori.
Humala sintonizó con un amplio espectro de sectores entre nacionalistas, de izquierda y anti-políticos. Supo ubicarse bien en tres clivajes clave para la política peruana: clase, raza y región. Era visto como el candidato de los de abajo. Cerca de un tercio de la población se sentía representado en sus planteamientos.
Pero Humala traicionó el plan de la Gran Transformación y gobernó guiado por la agenda empresarial en los temas políticos fundamentales. Abandonó a su electorado original y dejó así un espacio vacío en el espectro político. Ese espacio no lo ha llenado en adelante ninguna fuerza política.
Verónika Mendoza comenzó a acercarse a ese sector de la población recién en estas elecciones, aunque bastante tarde. Además, se trató solamente de una adhesión electoral, sin ningún vínculo orgánico detrás o una presencia consistente en los sentidos comunes. No olvidemos que Mendoza y el Frente Amplio iniciaron el proceso electoral siendo desconocidos para la mayoría del electorado.
Parte de esos electores del sur y del centro, y de sectores socioeconómicos D y E, que votaron contra la política tradicional y por cambios de fondo el 2006 y el 2011, votaron por Mendoza, pero también por Gregorio Santos (sobre todo en Cajamarca y Puno) e incluso por el fujimorismo, que no tuvo una votación para nada marginal. Un sector importante además votó en blanco o anuló su voto.
La verdadera mayoría: el voto blanco, nulo o viciado
Por otro lado, algo que es bastante claro es que el ausentismo (18.2%), los votos blancos (9.7%) y los votos nulos (5.1%), representaron a la mayoría real (33% del padrón de electores). Keiko Fujimori, quien pasó primera a la segunda vuelta con 39.8% de los votos válidos, obtuvo realmente solo el 26.7% del apoyo popular.
Lo anterior acaso sea un reflejo de un rechazo general a los políticos en contienda, e incluso a la política en general. Dada esta realidad, ¿algún candidato puede atribuirse la representación estable y el respaldo fiel de los electores? Quizá solo pueda hacerlo el fujimorismo, gracias a un aparato político que no ha dejado de trabajar desde 1990 hasta el presente.
En general, la representación política oficial en el Perú es inestable y no pasa de ser más que un fenómeno publicitario. Es tan fugaz y endeble como la popularidad de Guzmán, por quien nadie se movilizó tras su tacha, o como el "fenómeno Acuña", que salió de la escena política sin mayor repercusión.
El ascenso de Verónika Mendoza
Otro aspecto del proceso que conviene considerar es el ascenso de Verónika Mendoza en la intención de voto, al punto de lograr acercarse al segundo lugar en la votación de primera vuelta (obtuvo 18.74% de los votos válidos) y poner en el Congreso a 20 congresistas del Frente Amplio. Pero aquel ascenso debe ser tomado con cautela y con cabeza fría por quienes somos de izquierda.
Si bien la candidata mejoró notablemente su desempeño mientras transcurría la campaña y mantuvo un discurso coherente de principio a fin, no hubiera obtenido la visibilidad que logró si Guzmán y Acuña continuaban en la contienda. La salida de ambos candidatos, que se presentaban como figuras nuevas, llevó al electorado a buscar nuevos rostros. Ahí estaban Mendoza y Barnechea.
Es necesario notar también que la guerra sucia, paradójicamente, resultó ventajosa para Verónika Mendoza. Le ayudó a ubicarse en el lugar en el que pusieron a Humala el 2006 y el 2011. El discurso anti-izquierdista que desplegaron los medios de comunicación y los sectores conservadores ayudó a hacer visible las grandes divisiones de clase de la sociedad peruana. En ellas Mendoza fue puesta del lado popular.
Pero sería un error considerar que su voto fue un voto "izquierdista". Unos meses atrás la izquierda casi no existía en la escena política. Recordemos las increíbles pugnas entre quienes querían una alianza con Yehude Simons y quienes rechazaban esa opción.
En elecciones se vota por quien resulta más cercano a nuestras ideas o por quien resulta el menos malo frente a nuestros temores. Antes de ser tachado, Guzmán era puntero en el sur y el programa de Guzmán era muy similar al que plantea la derecha tecnocrática representada en PPK. Y si Guzmán tenía el apoyo del sur era en buena cuenta porque representaba un rostro nuevo y la posibilidad de evitar el retorno del fujimorismo.
Un triunfalismo peligroso
Por eso preocupa el aire triunfalista que todavía se respira dentro de algunos sectores de izquierda, en particular dentro del Frente Amplio.
Aquella sensación de celebración se entiende, pues ante la situación marginal de la izquierda, que iba dividida a las elecciones, lo más realista era aspirar solo a que el Frente Amplio mantuviera la inscripción, pero el resultado superó las expectativas.
No obstante, ese aire triunfalista preocupa cuando vemos el nefasto escenario político que tenemos al frente.
Las elecciones las hemos perdido como país y el futuro que se vislumbra es sombrío. No solo estamos ante más de lo mismo, sino que se nos está obligando a elegir entre una candidatura empresarial menos corrupta y otra más corrupta, entre una que no tiene problemas con ser autoritaria en los conflictos sociales y otra que viene de un pasado dictatorial. Las opciones populares y de centro han quedado fuera.
Hablar de elección es un exceso lingüístico. La democracia peruana, capturada de facto por una oligarquía empresarial autoritaria, hoy se perfila a tener una dirección política orgánicamente empresarial. No puede ser mayor la tranquilidad de los ricos del país.
Esta solidez de la derecha empresarial, en un escenario de desaceleración económica, es especialmente peligrosa. Cuando el producto bruto crece menos, el excedente económico a disputar es menor al esperado y puede alimentar una vocación de saqueo: hay que lucrar lo máximo posible en el menor tiempo posible, mientras se pueda.
Esto se traduce, como ya viene sucediendo, en presiones por recortar derechos laborales, por disminuir la tributación empresarial, por mayores facilidades ambientales, por mayor represión ante la protesta social.
¿Cómo llegamos a este punto? ¿No es acaso responsable, en parte, un sector amplio de la izquierda, por haber promovido, en casi dos décadas, una izquierda tan limeña, tan blanca, tan criolla, tan de clase media, tan dependiente del caudillo de turno, tan fantasmal en la escena política, mientras el fujimorismo se acercaba a los más pobres y excluidos del país con una prédica clientelar sin encontrar casi ningún adversario?
¿Por qué desde la izquierda no hemos estado construyendo partido desde abajo y con la gente, haciendo un verdadero trabajo de base, sintonizando con el sentir popular, hombro con hombro con los sectores sociales en lucha, dándole perspectiva política de largo plazo a la resistencia social?
¿Una fugaz adhesión electoral a un programa social-demócrata, que bien podría ser el de Acción Popular, debería hacernos creer ahora que la izquierda sí se reencontró con el pueblo, que ahora sí dejamos la marginalidad política, que debemos poner todas las energías en preparar una buena campaña electoral para las elecciones municipales del 2018 y las presidenciales del 2021?
¿No fue acaso esa la ilusión que se generó tras el triunfo de Villarán el 2010 en la alcaldía de Lima, cuya popularidad no duró ni dos años en una ciudad que votó en la elección siguiente por una opción de derecha muy similar a la fujimorista, como lo es Solidaridad Nacional?
Insisto. No cabe el triunfalismo. Tener una figura visible y una bancada es un recurso valioso, pero solo será aprovechado si tenemos claridad sobre hacia dónde caminar.
Democracia agónica y tareas de la izquierda
Si bien es cierto que la democracia peruana llega al bicentenario con un cuarto periodo de sucesión electoral y pacífica del gobierno, también lo es que la sociedad peruana se sostiene en una estructura de poder y en un andamiaje institucional bastante contradictorios con los ideales democráticos.
Gane Keiko Fujimori o gane PPK, el 2016 se instalará un gobierno que seguirá a pie juntillas los mandatos de los gremios empresariales, como la CONFIEP o la SNMPE, de las empresas transnacionales, del Grupo El Comercio, de las tecnocracias locales e internacionales, de los sectores más conservadores de la clase dominante: una clase que tiene importantes conexiones con el narcotráfico y se articular muy bien con mafias delincuenciales y maquinarias corruptas.
Seguirán disparando o encerrando a quienes se opongan a algún proyecto minero. Seguirán cortando cortándole espacios y persiguiendo al periodismo independiente. Seguirán rematando nuestros recursos naturales. Seguirán, en fin, gobernando a espaldas y contra las mayorías, y aplastando a las minorías.
Toca resistir. Es necesario construir la resistencia desde abajo, con la gente, asumiendo con valentía las luchas populares, haciéndolas nuestras, así eso implique ir en contra de las opiniones predominantes en la prensa oficial y nos cueste algunos votos.
En esa resistencia es preciso también construir un horizonte de transformación a largo plazo, que guíe las luchas sociales más allá del solo acto de resistir. En este proceso, la representación parlamentaria lograda debe ser un catalizador y un impulsor del movimiento social, pero debemos partir del hecho de que esta representación será frágil si no se logra una identidad sólida, un proyecto con arraigo popular y un aparato político que esté presente en las luchas sociales de base. Y eso debe comenzar a construirse, así suene difícil.
Sería un error creer que ahora todo consiste en prepararnos para la próxima campaña. El poder en el Perú hace mucho tiempo que no se juega solo en elecciones. Las elecciones deben pelearse, y deben pelearse pensando siempre en ganar; pero la arena electoral debe ser pensada como un espacio más que permite ganar poder político y que debe sostenerse en el poder social de las mayorías.
La situación presente, entonces, excede de largo al dilema sobre si votar por PPK o anular el voto para impedir el regreso del fujimorismo. Esto debemos tenerlo especialmente presente en la izquierda. Los años que vienen serán difíciles, convulsos, y tocará estar del lado del pueblo trabajador, de las mayorías del Perú. Estemos a la altura del reto.
https://omarcavero.lamula.pe/2016/05/16/mas-alla-de-votar-ppk-o-anular-el-voto/omarcavero/